Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Dorado

[Por un error borré esta entrada que es del 1 de septiembre. La recuperao ahora]
Para muchas personas en el pasado, e incluso hoy en día, América fue un auténtico Eldorado. Que se lo pregunten a los millones de inmigrantes que vinieron y siguen viniendo a este país. Pero no voy a aprovechar la ocasión para dar el turre con una clase de historia. Además, El Dorado del que voy a hablar no es una figura mítica, sino un hotel.
Pero comencemos la cosa por donde la dejamos. El vuelo de San Francisco a Reno fue rápido, aunque con una demora de media hora porque la tripulación se había "perdido" y llegó un poco tarde. Aparte de esto, lo único reseñable es que en un avión de 90 plazas apenas viajábamos siete personas. Dos de ellas, por cierto, españolas -madrileños pijos, según deduje por el acento-. Y poco más. Intenté sacar una foto del impresionante paisaje nocturno del viaje, que se hace a poca altura, sobrevolando el Golden Gate, la ciudad de Sacramento y el lago Tahoe con el bosque de Tallac. Lástima que no acerté a usar bien la cámara. Así que en su lugar voy a poner otra vista aérea de la ciudad. No corresponde a este viaje ni a este momento, es una vista tomada en invierno, pero os podéis hacer una idea del lugar. Estamos en mitad del desierto.


La fila de grandes edificios que véis al fondo es la espina dorsal de la ciudad, y también la del estado de Nevada. Es la sucesión de grandes casinos a lo largo de las calles Sierra St. y Virginia St. Veréis en el centro una especie de inmensa bola, Bien, pues justo detrás, al lado de ese mastodóntico edificio que asemeja un guante de béisbol agarrando la pelota, está El Dorado.
El Dorado no es otra cosa que el nombre de uno de los famosos hoteles-casino de Reno. Es pequeño, apenas tiene diez plantas de habitaciones, pero tenía dos ventajas. Es relativamente barato; realmente todo tipo de alojamiento es relativamente barato aquí en Reno: se puede conseguir una habitación equiparable a un cuatro estrellas (aunque algo anticuado) por treinta dólares, que es el precio que me dieron cuando me presenté en recepción sin reserva previa. La otra ventaja que tiene es que era el único hotel que aún disponía de servicio de shuttle a las 00:30, que es cuando pude abandonar el aeropuerto de Reno cargado con mis maletas. Y no es una broma: una carrera en taxi del aeropuerto al hotel, que viene a ser cosa de tres millas, te puede costar más incluso que la habitación. Todos los grandes casinos de Reno tienen shuttles gratuitos para llevar y traer del aeropuerto a sus clientes, y de vez en cuando, para captar a clientes perdidos que llegan en la mitad de la noche sin un lugar donde caerse.
El Dorado es además el hotel en el que te instalan los de la Universidad de Nevada cuando te invitan a algún acto, por ejemplo, cuando vine a la tesis de Argitxu en 2008. Recordaréis que entonces ocurrió aquella anécdota del terremoto, pocos minutos antes de entrar en antena con Julen y Don Manuel de Bor, que yo atribuí con un poco de mala fe a la rotura estrepitosa de la cama de mis vecinos de habitación, dos simpáticos pero más que orondos americanos. Y alberga en su interior uno de los paisajes más fotografiados de Reno, al que se acercan todos los recién casados que vienen en su luna de miel a dejares el dinero que les han regalado en la boda en el black-jack o la ruleta, para sacarse la preceptiva foto. Ha sido comparado con la Fontana de Trevi o con los jardines del Taj-Mahal. No es una exageración por mi parte, aunque sospecho que sí por parte de quien tal cosa ha afirmado. Os dejo una muestra para que juzguéis vosotros mismos:

Eso sí, doy fe que apenas a cincuenta metros de esta singular obra de arte comí una de las mejores Denver omelettes que he probado nunca. O quizá sería porque para cuando desayuné, a las siete y media de la mañana, llevaba ya más de un día sin haber tomado bocado. Todo puede ser. Y un dato, yo era el único que no jugaba al keno mientras desayunaba. El bicho raro.
En fin, que por caer una vez más en el tópico más manido de esta ciudad, welcome to the biggest little city in the World. La más grande ciudad pequeña del mundo. O sea, Reno.
 

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