Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

martes, 30 de noviembre de 2010

Bonanza

Esta entrada tiene mucho de nostalgia, aunque no propia sino ajena. ¿Quién no se acuerda de Bonanza, aquella mítica serie de televisión que transcurría en La Ponderosa, el rancho de Ben Cartwright y sus hijos? Bien, pues yo no. Más que nada porque cuando la serie estuvo de moda en la TVE, yo aún era muy pequeño y si la vi, ya no puedo acordarme. Pero mi padre sí era un seguidor de las andanzas de los Cartwright, que discurrían a caballo entre su finca, en las orillas del lago Tahoe, y la ciudad minera de Virginia City, que recogía en su seno todos los atractivos (y los pecados) de la civilización, en los años oscuros y salvajes del oeste.


Lo cierto es que mi memoria no llega tan atrás, y a Michael Landon -el más joven de los hijos del patriarca- lo recuerdo más por su papel en La Casa de la Pradera; o a Lorne Green por su participación en esa respuesta de bajo presupuesto a Star Wars que fue Galáctica... Soy de una generación posterior. Pero crecí recibiendo tanta información sobre Bonanza, comenzando por su pegadiza canción, que descubrir que el lugar en el que transcurrían todos los hechos existía -aunque los episodios no fueran grabados en el Tahoe o sus alrededores sino en Los Ángeles-, despertó mi curiosidad. Ya que mi padre no podía, al menos yo iría a ver con mis ojos ese paisaje mítico.
Virginia City fue el primero de esos destinos. Es una ciudad que, según dicen los prospectos turísticos, se conserva tal como era en los años dorados en los que se encontró plata en los alrededores y acudieron miles de mineros -y lo que no eran mineros- en busca de fortuna. Realmente la ciudad es una típica turist trap, con toda su calle principal convertida en un parque temático para el turista, donde se alternan bares-casinos con tiendas de souvenirs. A pesar de cambios, es sin embargo un lugar atractivo porque detrás de las modernidades se puede apreciar la imagen que tenemos de una ciudad del oeste.


La subida a la ciudad tropieza con la antigua vía del tren minero, que hoy está reservada a viajes turísticos desde el Museo del Ferrocarril de Carson City.


La calle principal, por no decir única, de Virginia City responde en sus edificaciones a la imagen que tenemos del Oeste... aunque modernizado por los rótulos, coches y cables.



Existen en la ciudad algunos museos que recrean la historia de la ciudad, que como se ve son muy visuales, casi parecen más un parque de atracciones que un equipamiento cultural. Y de hecho cobran la entrada como si fuera un parque de atracciones.


Recorren la ciudad una serie de curiosas personas vestidas "de época". Vimos a un sheriff, un cowboy, y a esta "mujer de la respetable sociedad", aunque de todos modos no debía ser muy habitual su presencia en los momentos álgidos de la ciudad,,,,

En Virginia City siguen recordando su pasado televisivo en la serie Bonanza. Entre los carteles que venden a los turistas no puede faltar la reproducción del mapa con el que se abrían todos los episodios de la serie.


Lo curioso que que al poco tiempo de hacer esta visita nos enteramos de que el rancho La Ponderosa existe. Y se halla situado a orillas del lago Tahoe, justo en el sector nororiental del lago, en el mismo lugar donde se situaba en el mapa de la serie. ¿Se podrá acaso visitar?
Internet nos dio la primera decepción. El rancho funcionaba como un parque temático donde se hacían atracciones para los turistas. Pero el paso del tiempo es inexorable, y según se fueron haciendo viejas las generaciones que conocieron la serie (producida entre 1959 y 1973), fue perdiendo su atractivo. A los niños -que solían ser los primeros a los que iba dirigido el show- aquello de Bonanza y Ponderosa les parecía tan anticuado como el Imperio Romano. Y en 2004 el show cerró sus puertas; muy posiblemente para siempre.
Poco antes del regreso de Chechu a Colombia pasamos por el Rancho e intentamos entrar en sus instalaciones. Estaba todo cerrado, y con sensación de abandono, comenzando por el parking que se supone que más de una vez estaría lleno a rebosar. El rancho está en venta o alquiler, lo que se prefiera.
Así que no pude sacar fotos, y nos tendremos que conformar con estas que recogen cómo era el lugar cuando todavía tenía vida... Alimento para la nostalgia.


Exterior del rancho, que sólo servía para las tomas de ambiente.


Las tumbas de los Cartwright, colocadas según fueron desapareciendo los actores que los protagonizaban


Y una vista del lago desde el propio rancho. Ahora no estará así, sino cubierto de medio metro de nieve...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Twenty-five degrees

Es la temperatura media que hemos estado disfrutando la semana pasada, con las nevadas. Cuando los termómetros marcaban por encima de la frontera sicológica de los 30 (aproximadamente los cero grados celsius, el famoso "ni frío ni calor" de Vitoria), daban incluso ganas de quitarse el plumífero y disfrutar del ambiente tropical. Son algunas de las bromas que todavía nos gasta el subconsciente a los que venimos de la Europa continental y no estamos acostumbrados a usar el "Imperial System" de medidas (que incluyen, aparte de los grados farenheit, las millas, yardas, pulgadas, galones y similares).
Eso sí, una mirada al exterior servía para desfacer el entuerto. Los montes que rodean Reno, los jardines de las casas y los tejados siguen con su cubierta blanca. El paisaje ya no es amarillo cmo hasta hace dos semanas, sino blanco inmaculado. Hace frío, los de aquí dicen que todavía no mucho, pero para alguien procedente de la costa, con su clima templadito y húmedo, no deja de ser un frío de narices.




Hemos tenido viene toda la semana. Domingo, martes, y luego sábado y domingo otra vez. Las nevadas no han sido muy grandes, excepto la del martes que dejó las calles convertidas en una pista de patinaje.
Uno de los efectos secundarios es que por culpa de la nieve nos quedamos momentáneamente incomunicados. Reno es una ciudad en la que para cualquier cosa, incluso para ir a pasear, hay que sacar el coche. Y claro, con nieve, hielo y el coche cubierto de una capa blanca, no está la cosa como para lanzarse a la aventura.



Por suerte el fin de semana pasado, cuando anunciaron el fin del mundo con las tormentas, hice acopio de alimentos y el congelador sigue todavía en buen estado. Hay cosas como la leche y el pan que, por ser de compra más o menos diaria, están en peor situación. Pero vamos tirando. Aproveché los días de tranquilidad, con cielo azul y las calles limpias de nieve, para hacer esas compras rápidas. Pero que nadie se lleve a engaño: como prueba, la curiosa decoración que le ha salido a mi coche.


sábado, 27 de noviembre de 2010

We won

Cuando digo "we" me refiero al equipo local de fútbol americano: a los famosísimos Wolf Pack (banda de lobos) de la Universidad de Reno. Hoy se enfrentaban en partido de la máxima a sus particulares enemigos, los Broncos de Boise, Idaho. Todo un clásico. Ambos equipos se disputaban la cabeza de la liga WAC de fútbol universitario. Al final se cumplieron las expectativas de los periodistas deportivos locales y el Wolf Pack ganó por 34 a 31. Aún no sé cómo se llega a completar esa puntuación, porque se me escapa el valor de cada jugada que permite conseguir tanteo, pero al menos sé que quien saca más puntos, gana.
El resultado ha sido el que sigue. Mi calle, por lo general tranquila y sin tráfico, se ha convertido por unas horas en un remedo de la Gran Vía, con filas de coches haciendo sonar el claxon y peatones que venían del partido gritando cosas tan edificantes como "F... Broncos" (lo pongo censurado, al estilo americano: allí hubiera escrito Fuck sin preocuparme) Todo un griterío que me recordaba aquellos tiempos en los que el Athletic ganaba competiciones y los aficionados lo celebrábamos con gaupasas épocas... Tiempos que para nuestra desgracia nunca volverán.



Y hablando de fútbol del de verdad, hoy tengo que hacer una confesión. Aunque estemos en el mejor Centro de Estudios Vascos existente en el mundo fuera de Euskadi, estamos también con la cosa del clásico del otro fútbol, del de verdad. Eso sí, cumplimos con las reglas no escritas y estaremos con el Barça. Por seguir la tradición.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Thanksgiving Day y Black Friday

Bueno, hemos llegado a la fiesta nacional americana por excelencia: la única de las que se celebran aquí durante el año que no tiene relación con -u origen en- cualquier otra parte del mundo. No es como la Navidad, que se celebra en todo occidente; o como Halloween, que en el fundo es una variante del día de los muertos celta. Thanksgiving es puramente americano; de hecho su origen se sitúa en los momentos fundacionales del país, cuando los pioneros del Mayflower fundaron su primera colonia en tierra americana. Su primer invieron fue terrible, ya que se quedaron sin alimentos, y llegó a morir la mitad de los colonos. Al año siguiente una tribu indígena, los Wampanoag, les enseñaron a cultivar maíz y otras plantas locales, así como varios trucos de caza y pesca. La cosecha de 1621 fue generosa, y los colonos decidieron ofrecer un banquete a los indios para darles las gracias. En el banquete el plato central fue el pavo, que hoy día sigue siendo el plato tradicional del Thanksgiving. Y ahí comenzó todo.

Así que me ha tocado celebrar este año mi primer Thanksgiving. Es un poco como la Navidad. Es el día de la familia. Los americanos cruzan de punta a punta el país para reunirse con padres y hermanos. Las tiendas, incluso las muchas que son 24/7, cierran sin embargo en Thanksgiving. Para el mediodía las calles se vacían, y comienza el rito. Preparar la mesa, poner el pavo al horno, preparar el pumpkin pure, los arandanos, el stuffing para rellenar el pavo, y los pasteles tradicionales. Y para las seis comienza la comida-merienda-cena, hasta altas horas de la madrugada.
En nuestro caso, y como la familia la tenemos un poco lejos, nos hemos juntado en casa de los Irujo. Esto de cenar pavo donde los Irujo se está volviendo una tradición, pero hay que reconocer que está excelente. Eso sí, ni aunque nos reuniéramos un regimiento podríamos dar cuenta en una velada de un bicho que en esta ocasión pesaba unos quince kilos más o menos. Y eso que pusimos todo nuesto interés pero al final nos salía el pavo por las orejas, y quedaban los pasteles. Eso sí, tuvimos que hacer una sobremesa larga para que comenzara la digestión del pavo. Todavía nos dura al día siguiente.
Las fotos las sacaron los hijos de Xabier y Txispi, en una pelea por ver quién hacía la foto más divertida. Como son cinco, cuatro niños y una niña, nos hicieron todo un reportaje. Aquí pongo solamente las más graciosas.




La noche se hizo muy corta porque el día siguiente de Thanksgiving también tiene su tradición, y ésta exige levantarse muy temprano. Bueno, mejor dicho, no acostarse. Oficialmente en el calendario de la Universidad este viernes aparece como fiesta porque es el Family Day. No obstante, es más conocido como Black Friday (Viernes Negro) o Door Buster Day. Es el gran día de las compras. Las tiendas abren de madrugada -en Nueva York algunas lo hacen a las 12 de la noche, como aquí en Reno somos "de provincias" las tiendas no abrieron hasta las 4 a.m.-. Y la gente va en avalancha porque se ofrecen unos descuentos como no ven en otro momento del año. Ordenadores que tienen un precio normal de 700 dólares se pueden conseguir por 350. Se pueden encontrar auténticas gangas (que es la traducción más aproximada de doorbuster) en cualquier tipo de mercancías: ropa, electrodomésticos, electrónica, incluso en coches. La gente se agolpa por horas a la entrada de las tiendas para ser el primero en entrar, porque las mejores gangas suelen tener cantidades limitadas.


Los días anteriores la propaganda es brutal. Sin ir más lejos, el Reno Gazette Journal del día de Thanksgiving vino acompañado de 47 catálogos de descuento de todo tipo de tiendas, casi dos kilos de papel, mientras que el periódico en sí apenas ocupaba doce hojas.
A fin de cumplir la tradición, allí que me fui de mañana temprano a recorrer las tiendas. Los centros comerciales estaban más rebosantes que nunca. No en vano lo del Black Friday viene del hecho de que las ventas de este día permiten a los comercios salir de los números rojos. Algunos facturan en un día la cuarta parte de lo que sacan en el año... Es por ejemplo el momento de hacer las compras de Christmas -o de Hannukah, que en esta ciudad hay una colonia de judios bastante numerosa-.
No voy a revelar las compras que hice, aunque la mayoría eran encargos desde el otro lado del Atlántico, lo suficiente para completar la maleta que llevaré en Navidad de vuelta a casa. Eso sí, cuando acabé me apresuré a cumplir otra tradición: un brunch a media mañana en uno de los muchos sitios que ofrecen comida al estilo americano. Elegí uno que llevaba tiempo con ganas de visitar, tanto por lo curioso de su decoración como por las buenas referencias que me habían dado de él.




Se trata del Joe's, un restaurante situado en el cruce entre Virginia St. y Meadowood Pkwy., muy cerca de uno de los más grandes malls de la ciudad. Como podéis ver, tiene una estética muy particular, parece una especie de remolque de grandes dimensiones, con una cubierta metálica con estética de los años 50. Por dentro es similar: un parque temático sobre la América tradicional de mediados del siglo XX. Eso sí, por dentro parece más espacioso que por fuera, y la comida cumplió las expectativas, teniendo en cuenta que es comida americana. Una Denver Omelette, que por las dimensiones debía haberse hecho con un huevo de avestruz, con su relleno de verduras y queso, y acompañada de una especie de pisto de patatas, cebolla y pimientos que estaba delicioso -sobre todo porque era diferente a las típicas "French fries" de cualquier otro sitio.


Luego por la tarde nos fuimos Iker, Iban y yo a recorrer otras tiendas y acabar cenando en un Popeyes... pero eso es otra historia.

Empire State Building

Por encima de todas las maravillas pasadas y recientes que tiene Nueva York, el Empire State Building destaca con luz propia. Lo de "por encima" no es una metáfora, porque tras el derrumbe de las torres gemelas, este rascacielos volvió a hacerse con el título de edificio más alto de la ciudad. No es ya el más grande del mundo: varios países asiáticos están haciendo una competencia feroz para hacerse con el título.
Tampoco es, a mi gusto, el más bonito. Antes he presentado el Chrysler Building, que estéticamente me gusta más. Y como para gustos todo está escrito, también podría incluirse en la lista el Woolworth Building, situado junto a la Zona Cero, que según W. Churchil era "la catedral gótica más grande del mundo". No sé si catedral, pero sí que es al menos el edificio neogótico de mayores proporciones. Su dueño era el dueño de los almacenes Woolworth, quien mandó construirlo tras una apuesta con un millonario rival, que acababa de hacer un rascacielos justo al lado de la sede de su imperio comercial. El magnate de Woolworth decidió que el suyo tendría un piso más, para ver a su rival desde arriba. Aquí os pongo dos imágenes.




Pero volvamos al Empire State. Como otros lugares de la ciudad, se puede visitar, pero previo pago. La cuota no es mucha, apenas 20 dólares, y te permite disfrutar de una vertiginosa subida en ascensor (ochenta pisos en menos de veinte segundos, incluyendo taponamiento de los oídos en el viaje de regreso, y los efectos de la inercia cuando el ascensor frena para llegar a su destino. De hecho, no se toma un ascensor, sino dos. El primero sale del vestíbulo del edificio (va la foto abajo, es una pequeña joya de arte mural) hasta el piso 80, como he dicho, y una vez allí, hay que dirigirse a otro ascensor que te lleva al piso 87, que es el último habitable, donde se halla el mirador desde el cual los turistas se pelean por sacarse la foto.


Como buen turista, también me dediqué a lanzar toma tras toma de las vistas, impresionantes, desde la altura. El Empire State tiene unos 380 metros de alto, es decir, su zona más elevada (la aguja para el aterrizaje de dirigibles, hoy reconvertida en antena de telefonía móvil y televisión, está situada en lo que sería el piso 107) está más alta que el monte Serantes, para quien lo conozca. Para no aburrir, os pongo algunas de las fotos y un video, donde se percibe otro de los elementos de la visita: el ruido del tráfico y la ciudad, que llega a aquellas alturas amortiguado por la distancia.




martes, 23 de noviembre de 2010

No llegues tarde a casa...

Pues sí, éste es el mensaje que nos han dado hoy en el centro a los newcomers, sobre todo a aquellos que, como Iban o yo mismo, procedemos de la costa y no estamos acostumbrados a las trampas del clima invernal de Nevada. Bueno, mejor dicho, todavía otoñal porque aunque no lo parezca, aún estamos en noviembre.


Lo cierto es que pasarse el fin de semana embobado mirando como cae la nieve es muy bonito. Lo malo es cuando toca salir a la calle a cosas tan simples como ir a por el pan o subir a la facultad. Sin ir más lejos, así me encontré el coche el domingo, cuando decidí que sería conveniente probar a ver cómo es eso de la conducción con nieve. Primero tuve que limpiar concienzudamente la capa, ya helada, que cubría el parabrisas. Y me lancé como un jabato al Raley's, que es el hiper que tengo más cerca y tienen el único pan (junto con el de Uncle Joe's) que parece pan de verdad, aunque me claven casi cuatro dólares por la barra.
Nunca más. Derrapé cuatro veces, se me escapó el coche otras dos (ahora pienso que era por llevar puestas las botas de monte, ya que mi coche tiene los pedales del freno y del acelerador demasiado cerca entre sí), y sudé tinta para salir de un stop en cuesta arriba. Nunca hasta ahora había echado de menos el embrague... Todos los trucos que aprendimos, en la autoescuela y en la práctica, se vuelve inútiles cuando tienes un mosntruo con sólo dos pedales y sin palanca de cambios. El coche está nuevamente de vuelta, aparcado delante de casa, y ya puede quedarse ahí hasta que lo de la nieve remita. Por suerte hice acopio de comida y tengo el congelador con suficiente alimento como para hacer un viaje a Marte.
Hoy martes la cosa ha ido a peor. Estuvo nevando toda la noche, y buena parte de la mañana. A rachas, pero sin cesar. Hacía tanto frío que ya no vimos alumnos en chanclas (sí, hasta ayer mismo aún veíamos por el campus a valientes -de ambos sexos, pero sobre todo féminas- embutidas en abrigos y bufandas pero con los pies al aire, como si estuvieran paseando por la playa en agosto). Hoy sólo ha aparecido una por el Knowledge Cente, pero con calcetines (aún estamos debatiendo cómo pueden coordinarse ambas prendas).
La ida al CBS ha sido casi casi un momento bucólico, con la nieve recién depositada y los copos cayendo mansamente. Dado que -como bien sabéis todos los que me conocéis- tengo ciertos problemas de incompatibilidad con la posición vertical, incluso cuando no hay suelo deslizante, tenía mis miedos sobre si sería capaz de llegar entero a la Universidad, o con algún hueso hecho astillas. Todavía tengo dos articulaciones que aún no me he roto... No en vano alguno de mis ilustres predecesores (y no voy a decir nombres) se pegó alguna buena costalada bajando por las escaleras de casa, convertidas en una pista deslizante por el hielo. La facilidad con la que he llegado a mi despacho me ha hecho despertar mi optimismo. Eso sí, iba pertrechado como un sherpa, desde el forro polar a las botas de monte (lo que ha despertado algunas miradas de conmiseración entre los que saben que esta no es más que la primera escaramuza y que lo peor del invierno está aún por llegar).
Los colegas, con más experiencia de otros inviernos nevadenses, nos han despertado de nuestro ensueño. Hoy conviene que vayas pronto a casa, nos han recomendado cual madres de adolescentes. ¿Seguro? A partir del medio día habían cesado las nevadas, y un agradable solecito había sido incluso capaz de derretir parte de la nieve, sobre todo en las zonas asfaltadas, es decir, calles y aceras. ¿No serán un poco exagerados? Parece que la cosa no es para tanto.



Pues sí lo es: la nieve derretida, nada más que deja que darle el sol, se convierte en nieve. He sido capaz de cruzar varios charcos deslizándome por encima, y eso que cuando he vuelto a casa aún no era de noche. Suerte que he seguido el consejo, porque había zonas que eran ya una pista de patinaje contínua. Lo que más me ha costado es subir la cuesta desde el Wolf Den hasta la casa de Carmelo Urza: 50 metros de escalada en nieve que me ha llevado casi cinco minutos, agarrándome a cualquier cosa que me permitiera evitar, no la caída, sino el retroceso del terreno laboriosamente ganado. Cuando he llegado a casa he respirado. Tras echar el "Ice Melter" (ese milagro que evita que el agua se congele, más efectivo que la sal que echan en las carreteras vascas), me he atrincherado tras la puerta, al abrigo de la calefacción.


La KRNO, una de las estaciones locales de televisión, estaba dando las noticias. Hoy sólo había una: el tiempo. Cadenas en todas las carreteras, y recomendaciones para viajar con prudencia, sobre todo a quienes hoy cogían el coche para irse a celebrar el Thanksgiving con sus familias. Hoy será la noche más fría que hemos tenido en toda la temporada: anuncian 6º F. Es, grosso modo, 15 bajo cero en notación europea. En días como hoy, nos acordamos especialmente del inventor de ese milagro llamado calefacción.

New York by night

Pues sí, después del recorrido histórico-turístico por la estatua de la Libertad, Ellis Island y el Ground Zero, abandoné a los colegas galaico-vascos, que se iban a la ópera. En mi caso opté por algo más banal, y turístico: una excursión en autobús descubierto por la ciudad de noche. No es que sea muy aficionado a este tipo de excursiones, pero dadas las dimensiones de la ciudad, y el poco tiempo que tenía, no me pareció una mala idea. He de decir además que me ilusionó el hecho de que pude entender, y hablar casi sin problemas, con el empleado que me abordó en pleno Times Square para convencerme de las bondades de unirme a la excursión. Por cierto, que eso que suele decirse de que los negros neoyorquinos hablan un idioma diferente es cierto: ni la pronunciación ni muchas de las expresiones tienen nada que ver con lo que hablan sus conciudadanos blancos, por no decir nada del acento del Far West, que es para darle aparte de comer.
En fin, que aquí os van unas fotos, no de muy buena calidad, de la ciudad de noche. Una maravilla de luces.



La calle 42 en los alrededores de Times Square.



Chrysler Building: sin duda el rascacielos más bello dela ciudad.



El Empire State... ¡qué vamos a decir de él!



Visión del bajo Manhattan desde Brooklyn.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Ground Zero

Es decir, la Zona Cero: una manzana del bajo Manhattan, apenas a un tiro de piedra de Wall Street, donde se alzaron desde 1973 a 2001 las conocidas Torres Gemelas del World Trade Center. Hasta que un once de septiembre, fecha que sigue marcada a hierro en la memoria de los americanos, dos aviones las derribaron en apenas cuestion de unas pocas horas.
Hoy en día la Zona Cero se ha convertido en un foco de atracción turística. Tiene, hay que decirlo, algo de morboso, sobre todo porque los sucesos ocurrieron hace tan poco tiempo que prácticamente todos asistimos a ellos en directo gracias a la televisión.
Visto desde el aire, todavía se aprecian las cicatrices dejadas por el derrumbe de los rascacielos, y los daños que causó su caída en los edificios cercanos.



Visto desde el suelo, sin embargo, lo único que se aprecia es la intensidad de las obras de reconstrucción del área. Apenas una pequeña zona iluminada recuerda todavía a los sucesos de hace nueve años. El resto son grúas y edificios que comienzan a desafiar la verticalidad y apuntan nuevamente al cielo.




No obstante, en los alrededores de la zona, han quedado como landmarks algunas evidencias de aquel 11 de septiembre, que se han dejado como recuerdos históricos para la posteridad. Lamentablemente no pude sacar una foto de la Cruz de la Zona Cero: unos restos de las columnas metálicas que sustentaban las torres, en forma de cruz, que encontraron los bomberos y rescatadores y decidieron convertir en un símbolo de esperanza. Pero sí pude tomar imágenes de otros dos lugares marcados por la tragedia.

El primero es la Raíz de la Iglesia de la Santísima Trinidad, que en inglés -con una encomiable economía de palabras- llaman Trinity Root. Se trata de la raíz de un árbol que fue arrancada, nadie sabe de dónde, por las explosiones y el derrumbe, y acabó cayendo en el patio de dicha iglesia, apenas a unos centenares de metros del cruce entre Broadway y Wall Street. Se decidió dejarla en el mismo lugar en el que cayó, encargándose un artista local de pintarla para preservarla de la intemperie.



El segundo lugar es la iglesia de San Pablo. Situada en una esquina del WTC, se convirtió durante cerca de un año en el punto donde los voluntarios y trabajadores que limpiaban los escombros se reunían y tenían un lugar para comer y descansar. A sus alrededores hay un cementerio en forma de parque, al estilo anglosajón, que el 11 de septiembre quedó cubierto de una capa plateada de restos de las torres. Hoy ha vuelto a su antigua condición de iglesia (anglicana en su versión norteamericana, como no podría ser de otra manera), pero varios paneles en su exterior recuerdan aquel año en el que se convirtió en "el centro espiritual de la nación".

Amerikanuak

Esta semana se va a estrenar en Euskadi un documental de hora y media sobre los vascos de Nevada. Se llama Amerikanuak. Todavía no he podido verlo pero circula en internet un trailer que podéis ver aquí. Por lo que he visto, refleja muy bien los paisajes de Nevada ahora que se acerca el invierno. Este próximo fin de semana han anunciado nieve. Será nuestra compañera hasta bien entrada la primavera.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Here comes the... snow

Este pasado fin de semana tuvimos una de esas atracciones "estelares" que suelen traer los casinos a Reno. En este caso se trataba de Sheryl Crow, cantante conocida entre otras cosas por haber sido durante años la novia de Lance Armstrong -el único vencendor del Tour de la última década que aún no ha sido acusado o ha reconocido haberse dopado, dicho sea sin acritud-, y por haber firmado la banda sonora de Bee Movie, una de esas películas de dibujos animados que las empresas de Hollywood suelen estrenar antes de las navidades para horror de los abnegados padres y su economía.



En dicha película, Sheryl cantaba una versión del clásico de los Beatles, Here Comes the Sun. Pues bien, en este caso no nos ha traído el sol, sino la nieve. Y si hacemos caso a lo que auguran los metereólogos locales, a lo bestia. De hecho, el viernes nos despedimos con una alerta por correo electrónico del vicepresidente de la UNR, anunciando el apocalipsis y el cierre de la universidad si las previsiones se cumplían. Esa misma tarde, al salir del despacho, la cosa parecía que iba en serio, con todo el horizonte camino de California cubierto por un compacto banco de nubes.



Nos han prometido montañas de nieve hasta el próximo martes, temperaturas de doce grados farenheit (traducido al castellano, un frío de la leche). Hoy es sábado y bueno, todavía no ha llegado lo peor. Eso sí, hemos amanecido con las calles blancas, aunque a lo largo del día el sol que se ha dignado aparecer para alegrarnos la mañana se ha encargado de volverlas a la normalidad. Aunque estamos asediados: los montes de los alrededores ya no están vestidos de amarillo sino de verde (comparen esta foto con la de hace apenas dos meses):



En todo caso, nosotros hemos optado por tomarnos la cosa con filosofía, pertrechados de comida abundante y calefacción. Así que este sábado nos hemos juntado Iker, Iban y yo a contemplar por televisión cómo se cumplían nuestros peores augurios sobre la suerte corrida por el Athletic en su visita al Santiago Bernabeu. Eso sí, nos hemos ventilado un pollo asado y unas tortillas de patatas preparadas por Iban, que es un genio en esto del arte tortillapatatero. Las derrotas con pan son menos derrotas.

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ACTUALIZACION. Finalmente ha llegado. La nevada comenzó al final de la tarde y para medianoche ya teníamos un bello paisaje navideño. A ver mañana por la mañana qué nos encontramos.



ACTUALIZACION. (2). Iban nos ha mandado estas imágenes desde su casa, hoy por la mañana.


sábado, 20 de noviembre de 2010

Ellis Island

¿Cómo podría un historiador de las migraciones perderse una visita a Ellis Island? Se trata de un pequeño islote, casi en su totalidad artificial, situado justo en la desembocadura del Hudson, entre Manhattan y New Jersey. Las autoridades estadounidenses lo eligieron como uno de los puntos centralizadores de la inmigración: todo aquel extranjero que quería entrar al país para quedarse, debía primero pasar por una cuarentena, y cruzar las barreras administrativas, judiciales, ideológicas y médicas que ponían para evitar la entrada de elementos "indeseables". En esta categoría entraban desde enfermos incurables hasta comunistas recalcitrantes, pasando por ancianos sin recursos y personas con síntomas de "debilidad mental".




Hoy la isla de Ellis se ha convertido en un museo dedicado a la inmigración, que visitan reverenciadamente muchos americanos porque buscan en ella sus propios orígenes familiares: de hecho, quitando a los africanos (que no solían ingresar como inmigrantes sino como mercancía en los puertos del sur del país), y los asiáticos que lo hacían a través de San Francisco (donde hay otra isla parecida, pero menos conocida), su uno rastrea en los antepasados del americano común se topará siempre con alguien que está registrado en los archivos de Ellis Island. Así que para ellos visitar Ellis Island es, casi casi, lo más parecido a una peregrinación.



Como podéis apreciar, el edificio -que estuvo unas décadas abandonado- ha sido restaurado a la perfección, lo que ha permitido poner a disposición del público unos espacios muy amplios en los que se ofrece una visión general de las migraciones hacia los Estados Unidos, y se recrea todo el proceso que tenían que pasar los inmigrantes hasta ser aceptados (o rechazados, aunque muy pocos lo eran) para residir en el país.
Entre las muchas salas que pudimos visitar, seleccioné algunas secciones que resultan curiosas o atractivas por el modo en el que presentan un tema que, en principio, pudiera parecer muy árido. Así, por ejemplo, estos gráficos en forma de colores representan la evolución del número de inmigrantes según continentes de origen: los europeos hace tiempo que dejaron de venir en masa, ahora son sobre todo asiáticos y latinoamericanos los que buscan "hacer las Américas".


Detrás de las columnas de colores había también otra interesante instalación que representaba el origen múltiple de la población de los Estados Unidos. Por un lado se veían cientos de caras de personas, tomadas de los archivos de Ellis Island, pero según se cruzaba al otro lado dichas caras se convertían en la bandera de las barras y estrellas. Os pongo un video porque es el único modo de reflejar la peculiaridad de esta parte de la exposición.



De todos modos, la parte más impresionante de la exposición era una sala vacía: la sala en la que se apelotonaban los inmigrantes, en una inmensa fila, a la espera de ser llamados y anotados por los agentes de inmigración e iniciar su examen. Era la antesala al sueño americano.


Una vez en la salida, y mientras nos dirigíamos a la hamburguesería del museo para reponer fuerzas (con una cheeseburguer, todo hay que decirlo, seca como la mojama y a precio de oro, como todo en Nueva York), tuvimos todavía oportunidad de contemplar el espectáculo de los chorros de agua que unos barcos lanzaban delante de la estatua de la Libertad, justo enfrente del comedor al aire libre en el que acabamos la visita.