Han sido muchas experiencias. Algunas las he puesto en este blog, otras no, ya fuera por falta de tiempo y espacio, o simplemente porque no he considerado que pudieran ser de interés. He descubierto muchas cosas, disfrutado las más, experimentado los temores al enfrentarse a las novedades (¿seré capaz de impartir docencia a mis alumnos de una forma digna y comprensible? ¿seré capaz de cumplir las expectativas, propias y ajenas, sobre mi desempeño aquí? ¿cómo llevaré la separación y la soledad impuesta por la distancia?). Al final, creo que puedo ser optimista. He aprendido mucho, y me llevo para casa todo un caudal de experiencias que, espero, servirán para enriquecerme.
Según iba llegando el momento del adiós, me he dado cuenta de que voy a echar de menos muchas cosas de Columbus. Mi apartamento en 10th street; los cafés en Iron Bank Coffee; los paseos diarios por la ribera del Chattahoochee, con cruce a Alabama incluido; la animación callejera en Broadway; las atenciones de Christine Murphey, mi "hada madrina" del CIE, siempre dispuesta a ayudarme en todos mis contactos con la administración local; mis alumos de los dos cursos, con la paciencia que han tenido para entender mi horrible, y a estas alturas incorregible acento; los fines de semana lluviosos; las bocinas de los trenes cruzando la ciudad a su paso por 9th street; las conversaciones con Steven hablando de fútbol, perdón, de soccer; el restaurante Minnie's, su delicioso pollo frito, "how're you doing, sugar?" al entrar y "God bless you" al salir; el buen hacer de Neal en el CIE y todas las molestias que se tomaron para permitirme venir a compartir este tiempo con la CSU; la mascota de la universidad, el "cougar", que tantas anécdotas ha generado y que es la única palabra que he aprendido a pronunciar bien; la lectura matutina del Ledger-Enquirer; las veladas vespertinas con John en la Irish Tavern; el recibimiento de Doug y su buen hacer con el cine latinoamericano; la alumna que conocí el primer día de mi estancia en Columbus, cuyo nombre aún desconozco, pero que me ayudó bastante a moverme por la ciudad y el campus; la sirena de alarma de tornados y la prueba semanal, todos los sábados a las doce del mediodía; el mercado sabatino y las fabulosas baguettes de la panadería de Pine Mountain; las conversaciones con Ilaria; las comidas en casa de Amanda, Aberri Eguna incluido, aderezadas con la amabilidad de David, que me ha permitido obtener una visión de Kentucky más allá del fried chicken; la experiencia de usar un coche compartido por horas; el barrio histórico de Columbus y su arquitectura del siglo XIX; la barbacoa, esa gran especialidad sureña, deliciosa y diferente; Carlos, el argentino atípico porque no es de Buenos Aires y no le gusta mucho el fútbol; las clases por Skype; las cenas mensuales de los profesores internacionales, que me acogieron desde el principio; la multiculturalidad y el multiracialismo cotidiano en aulas y calles; el buen hacer de Gary, su personalidad amable y su maestría en el arte de la barbacoa; el descubrimiento de dos delicias locales: okra y pecan; las gentes que te saludan por la calle, echando por tierra los prejuicios sobre la "deshumanización" de la sociedad norteamericana; los soldados vestidos de soldados por las calles y aulas; Patty, su presencia cotidiana en el departamento, y la sorpresa de encontrame a un fan del Barça a tanta distancia de casa; la visita a Savannah y el descubrimiento del corazón -geográfico y mental- de Georgia; los tomates verdes fritos; Dan y el tiempo que pasamos hablando de hockey y de historia; mi primera amenaza de tornado; Brad y John, del departamento, y sus saludos cotidianos, que contribuían como nada a mantener el buen ambiente; la cerveza Jai Alai de Tampa; el puente que cruza a Phenix City, Alabama, y que te lleva automáticamente al pasado porque en ese estado la hora oficial es una menos que en Georgia; Pedro y sus anéctodas en la cena mensual; los artistas callejeros que aprovechaban cualquier momento de sol para amenizar las tardes de café y lectura; el shuttle de Riverpark al Main Campus y sus conductores, amables y siempre en tiempo; el espectáculo de los valientes que se atrevían a bajar por los rápidos del Chattahoochee en competiciones de whitewater; Ramesh, Mariko, Zewdu, José Carlos, Hassam, Ekaterina, Zdeslav, Abiye, Baiqiao, Lydia, Shamin y el resto de los colegas que me aceptaron en sus cenas mensuales de "extranjeros" de la CSU; las visitas al Piggly Wiggly y al Publix; las jornadas de limpieza hogareña, cada vez con mayor presteza; los paseos en Segway por el riverwalk; los soldados en traje de gala paseando los domingos con familias, novias y amigos; las cervezas -sin alcohol- en el Scruffy Murphy mientras disfrutaba de la Champion League en pantalla doble; alumnos como Shukena, Kenneth, Christopher, Anthony, April, Sara, Deandre, y tantos otros...
Y, por supuesto, este blog.
Como dijo en su momento el general MacArthur, volveré. Al menos así lo espero y deseo, porque son ya muchas las cosas que me unen con Columbus. Y todas ellas merecen la pena. No en vano cantaba Ray Charles:
Oh Georgia, Georgia
No peace, no peace I find
Just an old, sweet song
Keeps Georgia on my mind...
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