Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

sábado, 29 de enero de 2011

Grand Canyon

Alguno se habrá preguntado qué era la última foto de la entrada anterior, la que contaba mi llegada a Williams. ¿Quién es el vaquero con el que aparezco retratado?
El tren de Williams al Cañón del Colorado sale puntualmente a las 9 y media todos los días. Por cierto que casi lo pierdo porque se me olvidó que al cruzar la frontera de Arizona cambiaba de huso horario... Casi sin desayunar llegué a la estación, apenas a cinco minutos del hotel, y allí nos encontramos con la primera sorpresa. El trayecto hasta el destino, que son apenas 65 millas, lleva casi dos horas. Nada que ver con el AVE o similares, es más lento incluso que el metro de Bilbao... Circulamos en trenes "históricos", con calderas de vapor y vagones rescatados de viejas líneas en desuso, convenientemente restaurados. Así que la empresa que gestiona el invento tiene que ofrecer espectáculos American-style para que los viajeros no se aburran de ver el paisaje, dos horas de ida y dos de vuelta.
El show comienza con una actuación típica de Western. Tres cuatreros, que quieren timar a un "voluntario" del público haciendo trampas al poker, y que finalmente son ahuyentados a tiros por un sheriff.
Todo ello en un auditorio situado al lado mismo de las vías, hasta que el jefe de estación pronuncia el típico "pasajeros al tren" y todos subimos.
A lo largo del viaje tuvimos una explicación turística sobre el cañón, datos útiles para los visitantes (¿recuerdan lo de "no den de comer a los osos" de las películas de Yogui y Booboo...? pues es cierto, 5.000 dólares cuesta la broma), y actuaciones musicales como la que ahora os presento (la calidad del sonido no es buena, lo siento).

Aquí en América todo es a lo grande. Y lo del cañón cumple los estándares americanos. El parque nacional tiene, de punta a punta, 367 millas de extensión. Es decir, casi seiscientos kilómetros de cañón. En su punto más ancho hay dieciocho millas desde el North Rim al South Rim; y la altura desde el mirador en el que se ponen los turistas hasta el fondo, donde está el río Colorado, es de una milla... 1.600 metros. Hay más altura que desde el Gorbea al mar... Y se hace toda de un tirón, en caída casi vertical.

Hay algunos arriesgados a los que esto del vértigo no les asusta....


Lamentablemente, la cámara que llevo tiene unas prestaciones muy justitas, y no permite abarcar la inmensidad de los paisajes que se observan desde los miradores, situados todos ellos al borde mismo del precipicio, y alguno de ellos sobre la misma caída (el más famoso es el Walk on Sky, que permite cruzar por un puente cuyo suelo es de vidrio, con el vértigo que supone ver toda la caída bajo los pies, pero lamentablemente este sitio estaba solo a 200 kilómetros desde el punto donde yo me encontraba, así que otra vez será).
Saqué, en todo caso, una película para que con el movimiento se pueda apreciar, espero que bien, las dimensiones del cañón.

Dadas las dimensiones del lugar, lo mejor era apuntarse a una de las excursiones en autobús que te llevan a diversos puntos, todos ellos distantes, del cañón, para apreciar las vistas desde diferentes perspectivas. Nuestro guía se llamaba Oscar, qué casualidad, y era un indio hopi, orgulloso de ser "de Arizona de tercera generación". No es muy habitual aquí que los hijos nazcan en el mismo estado que los padres, y mucho menos que los abuelos. Eso sí, se notaba que le gustaba su oficio y sus explicaciones fueron instructivas y divertidas. Tanto que tuvimos todo el tiempo la compañía de un atento cuervo que no quitaba ojo a lo que hacía y decía nuestro guía.

El regreso tuvo también su sorpresa. A mitad de camino fuimos detenidos por unos cuatreros enmascarados, que habían cruzado unos troncos sobre la vía. Entraron con sus revólveres y sus capuchas, en busca de dólares y joyas. Por suerte pronto llegó el sheriff, que logró detenerlos y nos permitió llegar sanos y salvos a Williams.


Ya era de noche y hacía frío, así que nada mejor que acabar el día con un baño en la piscina del hotel...

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