Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

lunes, 24 de enero de 2011

Hollywood

Claro está. Uno no puede venir a Los Angeles y no visitar Hollywood. Aproveché una mañana que tenía medio libre: había apalabrado la consulta del archivo de guiones cinematográficos que conserva la University of California-Los Angeles (más conocida como UCLA), pero ocurría que por problemas de reacondicionamiento y obras en la biblioteca, no abrían hasta la una del mediodía, lo cual es por estos lares muy, pero que muy tarde. Y aprovechando que Hollywood queda como a medio camino de la UCLA desde mi hotel, me decidí a hacer una visita mañanera.




Para comenzar, me perdí -un poco intencionadamente- y acabé en los estudios Universal, que están a una parada de la central de Hollywood. Me aventuré un poco a curiosear, dado que era temprano y que los de los estudios ofrecen un shuttle gratuito desde el metro. Así que me uní a la fila de los turistas y tras unos cuatro minutos en bus llegamos a lo que parecía un inmenso parque de atracciones. Y lo era.
El visitante es depositado al extremo de lo que parece una inmensa calle, llena de todo tipo de tiendas, desde restaurantes y expendedores de refrescos hasta camisas, souvenirs, masajes por láser, e incluso -parece mentira- un cine IMAX donde se pueden ver los últimos estrenos -por supuesto, solo de la Universal-. Y al final nos recibe una imagen muy conocida, la bola del mundo que no para de dar vueltas (lástima que sea una foto, porque así no se aprecia el movimiento). Es la entrada a los estudios.



Tentado estuve, he de confesarlo, de dejarlo todo y entrar. Aunque visto el plano, era más bien un gran parque con norias, tiovivos, y demás cachivaches mecánicos que tanto gustan a los americanos, pero incluía también una visita al set donde se han rodado algunas películas. Se me acabó la tentación al ver el precio: 110 dólares por la entrada individual me parece, así de primeras, un tanto excesivo. Así que me fui al metro de vuelta sin hacer gasto.
Y desembarqué en Hollywood Blvd., esa calle mítica que tenemos relacionada con la estrellas del cine y los Oscar, mi ilustre homónimo calvo. Fue un poco desilusionante. Apenas dos manzanas concentraban todos los must-see (y los turistas), con un paisaje anodino apenas diferente a cualquier otra parte de esta ciudad y de otras de su estilo.


Sólo dos cosas mostraban de forma evidente dónde estabamos: en primer lugar, el Kodak Theatre, donde se celebra la ceremonia de los Oscar. Estaba allí mismo, era fácil reconocerlo por la multitud congregada a sus puertas: un tercio, turistas como yo; los otros dos, vendedores de quincallería, estatuas humanas con forma de actores, y los inefables comerciales de los sightseeing buses.

La segunda: el paseo de las estrellas, con las idem portando el nombre de algún actor conocido o similar. Digo lo de similar por si apreciáis el personaje con el que elegí dejar mi impronta en la típica foto de turista. Sí.... es Kermit, conocido entre nosotros como Gustavo la rana.



Son muchos los nombres que se registran en las aceras de este tramo de Hollywood Blv. Por lo general los más antiguos están muy deteriorados, y apenas tienen visitantes, a diferencia de otros más de actualidad que no mencionaré para no hacer propaganda. Hay algunas excepciones, como esta que os presento y a quien abrazo con mi silueta mientras hago la foto:


De hecho, la lado mismo del Kodak se encuentra otro lugar mítico, aquel en el que las estrellas dejaron su autógrafo en el cemento del suelo. Allí volví a encontrarme, no solo con el gran Groucho, sino con todos sus hermanos. Fecha: 1933, lo que para estos lares es casi como la prehistoria.


Y alguien se habrá preguntado... ¡falta un icono de Hollywood! ¿Dónde están las letras, aquellas que nacieron como propaganda de una empresa constructoria, llamada Hollywoodland, y que tras perder sus últimas cinco letras se ha convertido en santo y seña de la ciudad, que incluso otean los turistas cuando los aviones ascienden y descienden del aeropuerto angelino. Pues así, de primeras, no lo encontraba, hasta que me metí en un curioso centro comercial, adornado con imágenes ¡egipcias! (y, no, no era el Egyptian Theatre como creía al principio, aunque más sorprendente era ver las columnas de Hathor flanqueadas por ¡elefantes!

Y sí, allí al fondo, en lo poco de horizonte que dejan otear las escaleras, aparecía la leyenda mítica. Los turistas que veis en la foto, subidos en la pasarela del fondo, están haciendo lo propio de los turistas: posar con las letras al fondo. Yo no lo hice por diversas razones: iba solo y no podía hacerme la foto a mí mismo (mentira, siempre hay una mano amiga para ayudar), no tenía ganas de subir, y lo más importante, preferí sentarme en el Starbucks situado justo debajo de la pasarela, a degustar un cafe mientras usaba su wifi gratuito para llamar a casa...


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