Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

martes, 1 de febrero de 2011

Petrified Forest National Park


Apenas a veinticinco minutos de Holbrook se encuentra la entrada sur del Petrified Forest National Park. Como en otros parques nacionales americanos, el acceso por coche está regulado estrictamente. Hay horarios de entrada y salida; lo más habitual es que los parques cierren al anochecer, lo que en invierno y Arizona significa las 17:30. Además, hay que pagar un dinero en concepto de entrada. Cinco dólares por persona, más cinco por vehículo. Un amable ranger aprovecha para explicar las reglas del parque: prohibido salirse de la carretera con el vehículo, prohibido parar fuera de las zonas habilitadas como parking, y sobre todo, en el Petrified Forest, prohibido llevarse ninguna piedra como souvenir...

El parque es una inmensa llanura, y las primeras millas desde su entrada resultan un poco decepcionantes. Quizá porque uno se esperaba una zona arbolada (no en vano el parque es un "bosque"), pero lo único que se ve es la inmensidad de la llanura amarillenta y un cielo azul y blanco que apabulla.
Cinco millas dentro del parque la cosa cambia. Y la sorpresa comienza. A ambos lados de la carretera, hasta donde se pierde la vista, se pueden ver cientos, miles de troncos de árbol cortados y tumbados sobre la tierra. La imagen de realismo es perfecta: parecen árboles de verdad, como su estuvieran recién abatidos por un cataclismo, del tipo de un tornado, como si hubiera pasado por allí una cuadrilla de leñadores con sus motosierras. Pero, claro está, ninguno de aquellos árboles es de madera y llevan en ese sitio no unas horas, sino millones de años.





A lo largo de unas doce millas, la carretera serpentea por uno de los paisajes más surrealistas imaginables. Madera que parece pero que no es. Troncos derribados en los que todavía se pueden apreciar los anillos de crecimiento, convertidos en cuarcita brillante. Para ayudar al visitante a comprender el porqué de aquella maravilla, nos recuerdan algo de la historia lejana del terreno, cuando no era una llanura semidesértica, como hoy en día, sino una selva tropical.
Los árboles, atrapados en unas lagunas someras colmatadas de barros, permanecieron milenios bajo tierra hasta que la erosión lentamente volvió a sacarlas a la luz. Al fondo se aprecian miles de árboles que están a la espera de salir a la luz, en un talud que separa la zona erosionada de la superficie original.
El viaje continuaba hacia el norte, empalmando con otro parque nacional, el del Painted Desert (desierto pintado). El valor de este sitio ya no es paleontológico sino paisajístico. Es una zona en la que las formaciones geológicas y las rocas desnudas ofrecen una sinfonía de colores, que las fotos apenas pueden reflejar.

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