Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

sábado, 8 de marzo de 2014

¡Pan de verdad!

Y que me perdonen los americanos y americanas, pero es que a estas alturas de la vida, uno tiene ya el paladar hecho a una gama muy estrecha de sabores y texturas, y aunque siempre intento probar todas las particularidades gastronómicas de los sitios a los que voy, a veces sin embargo echo de menos esas pequeñas tonterías cotidianas de las que solo nos damos cuenta cuando estamos fuera de casa.
Y una de esas es el pan. El de verdad, ese que tiene corteza dura, cruje, y no se encoje y estira cuando se lo aprieta.
Desde luego, yo ya había venido concienciado de que aquí no se puede esperar encontrar pinchos de tortilla en las tabernas, o menúes de dos platos con cocido de primero, ni cosas similares. Pero así y todo, cuando cocino en casa -sí, a veces cocino, no solo hago parrilladas veraniegas- intento hacer cosas a las que estoy acostumbrado. No tanto por home-sick, sino porque mis habilidades como cocinero son muy limitadas, la verdad. Y esto no incluye la receta de cómo hacer pan.

Así que podrán imaginarme si sorpresa y alegría, a partes iguales, cuando esta mañana, al salir de casa y doblar la esquina entre la 10th -donde yo vivo- y Broadway -que era la calle principal de la parte antigua de Columbus, y centro comercial en su tiempo-, me encontré con un animado mercado. Según he creído comprender, se instala todos los sábados por la mañana, y hay puestos de productores locales de verduras, leche, queso, miel y.... efectivamente: una panadería que ofrecía esas maravillas que se ven ahí. Diferentes tipos de pan como los de casa, e incluso cruasanes -o como se escriba- y otras delicias similares.
Luego he probado el pan, no me podía resistir, y ciertamente un experto gourmet en temas harineros podría poner algunas objeciones, pero qué les voy a decir. A mí me ha sabido a gloria.
Como, por cierto, también sabían los macaroni que les compré a este simpático trío, que tenían su propio puesto en el mercado, y que me convencieron tras toda una parrafada propagandística de la que entendí la mitad, cosas de mis problemas con el acento del sur, que tiene sus peculiaridades. Como postre, casi mejor que el pan.


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