Un año en Reno

En este diario iremos compartiendo algunas de las experiencias -espero que la mayoría de ellas agradables- durante los diez meses de estancia, día más día menos, como William A. Douglass Distinguished Scholar en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada, Reno.

viernes, 15 de octubre de 2010

Welcome home



15:10 del día 15 de octubre. Aeropuerto internacional de Salt Lake City. Escribo este mensaje una vez ingresado nuevamente en territorio americano, tras un viaje desde Bilbao, vía París, que no tuvo mayores cosas reseñables que un nuevo visionado de ese pedazo de película que es Karate Kid (ya no sé por qué número van; pero el protagonista ya no es aquel venerable anciano de la primera serie de entregas, a buen seguro que ya habrá pasado a mejor vida, sino otro pedazo de actor como la copa de un pino: Jackie Chan). Resulta que los de Delta repetían en octubre en el viaje de vuelta desde Europa la misma tanda de películas que emitieron en septiembre en el viaje de ida. Así que he disfrutado del mismo programa. Para varias, he hecho un recorrido por los diferentes canales de audio, y sinceramente, el que me ha parecido más creíble era el doblaje al chino. Más que nada, porque la acción transcurre en Pekín y todos los actores, menos el protagonista y su madre, son chinos.
Bueno, quizá sí había una novedad reseñable, y era el menú del avión que nos ha cruzado el mar. Aunque yo viajaba con un código perteneciente a Air France, el avión era americano, de Delta, un poco pequeño para lo que suele acostumbrarse en estos vuelos (no era el típico 747 ni el A-340, sino el 767, hermano pequeño del gigante de los Boeing, cuya mayor diferencia radica en que no tiene cuatro, sino tres asientos en la isla central. Así que ya me hice a la idea de que, no siendo un avión francés, no iba a disfrutar de la afamada restauración a bordo de la compañía de bandera de nuestro vecino del norte, a cuyo frente se hayan "reconocidos cocineros de Europa, Asia y América" (como dicen en su autopropaganda en la revista de a bordo). Bueno, realmente la diferencia entre la comida de Air France y otras compañías que operan en Europa viene a ser la palabrería que añaden a la descripción de los platos. Lo que en Iberia arreglan con un "Pollo asado con patatas y zanahorias", en Air France lo adornan con un menú en papel que te entregan al entrar, firmado por el chef, y describiendo el mismo plato de Iberia, pero usando no menos de veinte palabras, a cual más engolada, y todas en francés como es de recibo. Los americanos, en esto, hay que reconocer que son más prácticos, y arreglan la disyuntiva de la elección del menú con un simple "chicken or pasta?", que a fin de cuentas viene a ser el menú más habitual en esta tesitura.
Hablando de menús y viajes aéreos, tras años de recorrer mundo por esos aires de Dios, uno acaba aprendiendo muchas cosas. La comida más neutra, nunca muy sabrosa pero nunca deleznable, suele ser la de Lufthansa. Por algo son los alemanes el símbolo de la eficacia. En Iberia la gran diferencia la ofrecerán las azafatas, a los que a veces se unirá una parte del pasaje, que se dedicarán a deleitar a los comensales a voz en grito, para que no te olvides de que "eso" (el avión) sigue siendo España y para algo es el país más ruidoso del mundo. Si viajas en Aerolíneas Argentinas, es toda una experiencia el regreso a Europa desde Buenos Aires, porque siempre incluirán en el menú una buena tajada de carne de allí, generalmente un bifé al que por suerte los denodados intentos de los cocineros por destrozar su gusto nunca consiguen rematar la faena y, en el fondo, la calidad de la carne sale a la luz y uno se marcha del país añorando lo mejor que tienen. También es toda una experiencia los viajes al lejano Oriente, léase Japón o China, en los que -vayas en la compañía que vayas- es obligatorio que se añada para el pasaje la opción gastronómica local, que generalmente vienen a ser unos noodles precocinados cuyo olor, mezcla de especias, jengibre y glutamato, inundará todo el avión y será tu compañía durante el vuelo y los tres días siguientes a tu llegada al destino, tal es la fuerza de impregnación que tiene en la ropa, el pelo y los poros.
Eso sí, lo que nunca me había ocurrido es que ofrecieran en el menú algo tan típicamente americano como la pizza. Que no engañe el nombre. El parecido entre la pizza napolitana, la auténtica, y la que hacen las cadenas  de comida rápida en el resto del mundo, comenzando por los EE.UU., es el mismo que hay entre la inteligencia y la inteligencia militar. Sólo el nombre. El menú de salida fue muy "europeo" (me resisto a decir francés), con el añadido de que para cuando llegó el carrito con las bandejas a mi zona del avión, ya ni siquiera había opción de elegir, Chicken para todos. La sorpresa ha sido cuando nos han dado el menú de llegada, mientras el mapa nos señalaba que estábamos sobrevolando Rapid City, las famosas Black Hills y el Monte Rushmore. Efectivamente, era pizza.


Cosas de la globalización: era piza con nombre en italiano, servida en un avión americano, embarcada en Francia pero producida en... la República Checa. Que a lo que se ve se va a convertir en el nuevo centro mundial del prosciutto, la mozzarella y el pesto.

Pero volvamos a Salt Lake City. A diferencia de mi viaje de ida, ahora disfrutaré más de las maravillas de este aeropuerto, sobre todo su museo mormón, dado que tendré que pasar aquí seis horas. Cosas de las conexiones. Mi vuelo para Reno salía apenas una hora tras mi arrivo desde París, y aunque hemos llegado a tiempo, incluso un poco antes de lo previsto, las colas de inmigración y de aduanas eran de aúpa. Así que no he podido coger la conexión y me han puesto para el último vuelo de la noche. Paciencia.
Eso sí, en esta ocasión América me ha acogido muy bien. "Welcome home", me ha dicho el de aduanas, cuando me ha dado paso libre, tras comprobar que en la casilla de residencia había puesto "USA". Todavía no estoy en casa, pero casi...

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